Hay una creencia socialmente difundida en tono despreciativo y con cierto rechazo acerca de la práctica analítica según la cual el psicoanálisis no apuntaría a resolver los temas del presente, del llamado “aquí y ahora”, y por lo tanto no sería nada práctico en comparación con alguna otra teoría psicológica, sino una especie de metafísica ancestral rememorativa basada en un pasado de poco valor para el sujeto, donde habría que hablar de cosas obsoletas que no implican consecuencias reales. En esta idea, el psicoanálisis sería una teoría banal, que apunta a algo inútil, nada eficaz para los tiempos que corren y los requerimientos del sujeto en su vida actual.
Entendida casi al modo de un “guión” preestablecido en el que el paciente tendría que venir a relatar las escenas de su vida desde que era niño, la práctica analítica sería una tarea titánica, agotadora y hasta aburrida. Como si el análisis ya estuviese cantado y uno tendría que venir a leer un largo libreto de los archivos de su memoria.
Es fácil advertir el desencanto al que conduce esta idea. Desencanto que resulta muy palpable en quienes rechazan al psicoanálisis antes de hacer la experiencia.
Nada más lejos de la práctica analítica. No es algo que se busca. Es algo que se encuentra. El discurrir de la palabra tarde o temprano lleva a eso. No se trata de venir a hablar de “lo que se tendría que” hablar. Eso nadie lo sabe. Porque no existe. Y si existiera sería una imposición. Un forzamiento sin sentido. La historia no fue contada aún. En todo caso, si hay algo que el paciente tiene como “historia contada”, es la que le contaron, la que tomó del Otro, la que fue necesaria, pero que en algún punto no es suficiente para apropiársela por la vía del deseo. Historizar es verbo, no sustantivo. Entonces se hace camino al andar, es decir, se hace historia al contar. ¿Y por qué no al escribirla? Si algo ha sido alterado por el psicoanálisis entre otras cosas fue la lógica del tiempo. El pasado no es lo que está atrás, pisado, muerto, sepultado. El pasado está adelante, esperando a ser reescrito en cada vuelta, en cada puntuación, en cada nueva versión que sorprende. El pasado es incierto. Un pasado que sorprenda es un pasado vivo. En la historia que se escribe en un análisis, el pasado se reescribe, no está escrito de una vez y para siempre. No se trata de determinismo absoluto, sino de un hacer con esas marcas que nos constituyeron. Hacer algo distinto que repetir un libreto. Sartre decía: “Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él.” No es una cosa sin la otra.
No se trata de que el psicoanálisis apunte a buscar las causas del padecimiento en la infancia del sujeto. Freud no apuntó a que los pacientes hablaran de sus padres y de su niñez, sino que antes de eso escuchó con atención que el discurso de los pacientes apuntaba en esa dirección. Que cuando los pacientes hablaban de sus síntomas, angustias e inhibiciones, tarde o temprano lo articulaban con su historia, lo asociaban con algún acontecimiento, lo encadenaban en alguna trama familiar, le daban sentido. Y ese sentido tenía una estructura en común que se repetía constantemente en los casos que atendía. Hablaban de sus herencias simbólicas, de las identificaciones, de lo pesado que les resultaba cumplir con algún ideal transmitido por la vía paterna o materna, de lo traumático que había sido tal frase de su madre o tal mirada de su padre, que los había marcado para toda la vida. Freud leía esas marcas. Interpretar las marcas es entre otras cosas quitarles el peso de sentido que llevan coagulado.
Justamente por este sentido coagulado resulta totalmente lógico que se crea que los pacientes vienen a relatar su vida como un guión preestablecido. Es lo que normalmente sucede. Es la manera lógicamente neurótica de contar una historia. La que pretende anular toda posibilidad de sorpresa. Repetir el libreto y que no aparezca ningún sentido nuevo. Es la manera que nos resultó necesaria para habitar la vida. El punto es que en algún momento dejó de ser algo que sostiene, algo en que apoyarse, para pasar a ser algo que aplasta y hunde. Entonces la consulta con un analista es una oportunidad de salirse del guión, de leer equivocadamente, de puntuar de otra manera, de hacer una lectura desviada hasta encontrar la mejor versión, que no es otra que la suya propia.
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