Aún desde antes de nacer estamos inmersos en un mundo de sonidos. Desde el vientre reconocemos la voz de nuestra mamá y escuchamos el latido de su corazón. Al nacer no solo seguimos escuchando y reconociendo sonidos, sino que comenzamos a emitir sonidos que el entorno decodifica y que se convierten en nuestra primera herramienta para comunicarnos y relacionarnos con el entorno. Los niños pequeños antes de hablar lloran, balbucean, cantan. Intuitivamente una persona modifica el tono de voz al hablarle a un bebé, lo hace más musical, exagera la melodía (prosodia) que tienen las palabras.
Cuando vamos creciendo nos vamos rodeando de música tal como la conocemos. Primero nos llega la música que escuchan en casa nuestros padres, hermanos, abuelos, vecinos; también recibimos música de películas, publicidades o dibujos animados. Ya de adolescentes, cuando estamos en plena búsqueda de quién somos, comenzamos a elegir y podemos ser fans (aún de adultos) de un cantante y seguirlo e identificarnos con el mensaje que transmite. Solemos elegir una música distinta según nuestro estado de ánimo o dependiendo de las actividades que estamos haciendo. Podemos disfrutar de bailar mientras limpiamos o comenzar a cantar sin darnos cuenta cuando estamos solos, caminando o en la ducha. Inclusive tenemos bien en claro qué música no nos gusta y hasta podemos juzgar a otros por la música que escuchan, a la cuál tenemos asociada a una forma de ser o a un estilo de vida no siempre acorde a la realidad. Resumiendo, la música es utilizada cotidianamente en nuestro ámbito social para comunicarnos, socializar, transmitir emociones y emocionarnos, compartir ideales, posicionamientos, formas de ser y ver el mundo.
Pero además de las potencialidades ya dichas, a nivel cerebral la música es también muy poderosa, movilizando a nuestro cerebro cuando la escuchamos, ejecutamos un instrumento o cantamos. Es una actividad bi-hemisférica, que implica al cerebro activamente en distintos niveles. Es importante mencionar que todas las personas tenemos la potencialidad de desarrollar la musicalidad más allá de poseer o no algún déficit o patología. Dentro de sus beneficios podemos mencionar que favorece la concentración, la atención, la memoria, la creatividad, la autoestima, las praxias (habilidades de ejecución), las gnosias, entre otros.
En musicoterapia utilizamos principalmente instrumentos musicales, la voz, el cuerpo y música editada. Con estos elementos trabajamos dentro de todo el espectro de lo sonoro musical: desde canciones, ejecuciones instrumentales, como también la palabra, el grito, el llanto, la risa, y sonidos cotidianos como el de los pasos sobre el piso. Todo lo que hacemos tiene un ritmo y un tempo, y son puertas para comenzar a intervenir; siempre teniendo en cuenta las necesidades de las personas o grupos que se encuentran en un proceso guiado por objetivos terapéuticos.
No es necesario saber música para asistir a musicoterapia. Cabe destacar que la finalidad de la música en sesión no es estética, sino que lo que se priorizan son los objetivos terapéuticos planteados.
¿Dónde y con qué población trabajan los musicoterapeutas?
Actualmente hay musicoterapeutas y licenciados en musicoterapia trabajando en hospitales generales y monovalentes, centros de día, centros interdisciplinarios y de rehabilitación, hogares de ancianos, escuelas, cárceles, consultorios particulares y centros de primera infancia, con personas de todas las edades: bebés, niños, adolescentes, adultos y adultos mayores dentro de diversos campos de atención: discapacidad, salud mental, educación, rehabilitación, medicina (obstetricia, cuidados paliativos, oncología), adicciones, psicoprofilaxis, geriatría, comunitaria y preventiva, entre otras.
Para finalizar vale destacar que en la musicoterapia podemos encontrar una disciplina que abre un espacio novedoso para el autoconocimiento, desarrollo personal, estimulación cognitiva, tratamiento de distintas afecciones o problemáticas partiendo desde un lugar placentero y motivador como lo puede ser la experiencia musical compartida.
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