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De la Incertidumbre al “Mientras Tanto”


El inevitable tiempo de distanciamiento en las coordenadas de nuestra actualidad exige la necesidad de repensar nuestros modos de habitar el mundo y los lazos sociales.

Hay un real traumático que nos atraviesa y trastoca la continuidad de la vida cotidiana. Grupos de convivencia, relaciones familiares, de pareja, amistades, actividades laborales, académicas, todos los hábitos y costumbres se ven atravesados por esta coyuntura, y con ello la necesitad de inventar y utilizar nuevos métodos.

Las medidas restrictivas que se han tomado en la mayoría de los países de todo el mundo a causa de la Pandemia del Coronavirus imponen ciertas limitaciones que son necesarias cumplir como modo de protección, cuidado y solidaridad con los otros y con uno mismo. Pero estas medidas no necesariamente significan una ruptura de los lazos sociales. Surge la necesidad hoy más que nunca de encontrar nuevas maneras de conectar con los otros. El uso de la tecnología como herramientas de comunicación es una forma privilegiada en estas circunstancias de mantener el vínculo con los demás. Llamadas telefónicas, video-llamadas, reuniones virtuales, todas maneras de hacer contacto con el otro aún en la distancia. 

El distanciamiento no es lo mismo que el encierro. El encierro sería como un aislamiento donde se pierde el contacto con los otros y con el deseo, allí el sujeto queda en una jaula habitado por sus propios fantasmas. Síntomas, inhibiciones, angustias y todo el abanico de la llamada psicopatología de la vida cotidiana pueden acentuarse y ganar intensidad en estos tiempos de cuarentena. 

Frente a estas condiciones se vuelve necesario encontrar la forma de no sucumbir frente al peso de la realidad. La cuarentena no tiene por qué confinarnos a una soledad absoluta. Ni tampoco el otro extremo de creer que tenemos que estar pegados e invadidos por nuestro grupo de convivencia sin poder establecer un espacio y tiempo de intimidad.

El deseo puede ser algo que circule sin que las personas tengan que salir a circular por la calle. Es el cuerpo lo que tenemos que mantener en distanciamiento y prevención, pero no nuestra palabra ni el lazo social. La palabra no está en cuarentena. 

Entonces habría que pensar acerca de cuáles son las posibilidades que tenemos de mantener un distanciamiento sin quedar desconectados del deseo y de los lazos sociales.

Hoy más que nunca la palabra cobra todo su valor. Es con lo único que en este momento podemos acercarnos al otro. Hablo de la palabra viva, la que tiene potencia transformadora, aquella que al escucharla no nos deja indiferentes. La palabra que toca el cuerpo. De eso da testimonio la clínica psicoanalítica todos los días. Por supuesto no es la única, también la música, la poesía y el arte en todas sus formas. 

Ahora bien, nos encontramos en un momento propicio para el surgimiento de la angustia. La angustia se manifiesta de diversas maneras: como miedo, pánico, crisis de ansiedad y derivaciones sintomáticas como dificultades para dormir, irritabilidad, exceso de pensamientos perturbadores, desgano y la lista podría continuar. Producto de la contingencia y como forma de afrontar la emergencia han aparecido un sin-fín de consejos, consejeros, protocolos, recomendaciones, sugerencias, folletos, guías y recetas para aliviar la angustia. Por un lado se plantean como consejos para “evitar” la angustia, cuestión imposible de evitar en determinado momento cuando se produce una ruptura de la continuidad con que la vida transcurría. No es posible desentenderse del acontemiento por el que estamos atravesados, ni podemos comportarnos como autómatas haciendo “como si” nada pasara.

Por otro lado casi todas estas guías trasmiten un saber generalizado sobre su abordaje. Es decir un saber totalizante sobre el padecimiento y sobre las formas de tratarlo. Por supuesto es producto de las políticas de salud mental para la sociedad en estados de emergencia que conllevan una connotación pedagógica e informativa. Ese nivel de discurso opera bajo la forma del “para todos”. Pero a lo que debemos estar advertidos es a no olvidarnos del sujeto, que nunca puede ser absorbido por el conjunto social. De lo contrario el “para todos” se transformaría en una homogeneización del sufrimiento, es decir un desconocimiento del sufrimiento singular de cada uno. Es allí donde el psicoanálisis apunta a alojar cómo un sujeto se ubica de modo singular en determinada coyuntura. Ubicar la urgencia subjetiva es precisar la diferencia irreductible, esa que nos separa del “para todos” y sus efectos de masificación. Tenemos en cuenta la pandemia mundial, pero trabajamos con la pandemia de cada uno. ¿De qué modo es afectada esa singularidad?

En este contexto nadie ha quedado exento de esta situación. Los psicoanalistas hemos tenido que revisar nuestras prácticas y servirnos de los métodos que nos permitan seguir sosteniendo los lazos de tratamiento con las posibilidades que ofrece la tecnología. Como es lógico cuando determinados acontecimientos modifican las estructuras a las que estábamos habituados surgen resistencias, no solo de los analizantes que acostumbrados a las sesiones presenciales prefieren esperar a que pase la cuarentena, por supuesto decisión totalmente válida y respetable, aunque quizás allí pueda pensarse caso por caso, qué de las nuevas circunstancias hicieron necesario postergar las sesiones. En algunos casos nos podemos encontrar con problemas para generar un espacio íntimo, para tener privacidad, en otros la incomodidad para hablar mediante un aparato tecnológico o una pantalla, todas cuestiones que quizás se puedan incluir y relanzar dentro del trabajo de análisis. Hacer con lo inevitable también es parte del trabajo analítico. Por otro lado también nos encontramos con las resistencias de los analistas. Aquellos preocupados por el encuadre, preguntándose si la sesión por videollamada es psicoanálisis o no, qué pasa si no hay diván, preguntas que confluyen en una determinada ritualización del espacio, casi al modo de una Iglesia. El psicoanálisis no es una religión. Pretender ir a la caza del encuadre que supuestamente garantizaría una especie de Ideal psicoanalítico es caer en una zonzera a la vez que se desaloja al sujeto de la experiencia analítica. El analista no puede estar ajeno a las coordenadas de su época. Una época que exige más que nunca de su plasticidad, flexibilidad, docilidad, que no implica debilidad ni sumisión acrítica, sino abandonar cualquier tipo de rigidez para inventar con lo que hay. Una rigidez que no es del método, sino de nuestros Ideales. Es preciso hacer a un lado los ideales del analista, como siempre debe hacerlo cada vez en cada oportunidad donde su práctica lo coloque. No analizamos con nuestros ideales. El análisis se produce renunciando a los ideales, en una abstinencia en acto de cualquier forma de juicio moral. Allí reside la posición ética del analista, nada neutral por cierto.

Ver qué ha representado el Coronavirus para cada uno. De qué manera insidió en la vida de cada sujeto. De qué aspecto de nuestra historia o de nuestra singularidad ha sido señal esa angustia. 

El abordaje de la crisis, en la clínica psicoanalítica implica trazar las coordenadas de la crisis subjetiva, que no es lo mismo que la crisis sanitaria o social. La crisis puede ser una oportunidad para dar forma a las preguntas que surgen del corazón del ser. 

Esta coyuntura exige del psicoanalista el compromiso ético de ir al encuentro con lo que la comunidad está necesitando. Asumir el acontecimiento y poder ofrecer el recurso del símbolo al sujeto que está tomado por la pandemia, por la global pero también por la suya propia, aquella que ha despertado o exacerbado sus síntomas y angustias. El atravesamiento de la angustia empieza por no desconocerla. Muchas veces la postergación de las actividades, el propio análisis y del vivir mismo, es un síntoma al servicio de la Neurosis. No hay que confundir la pregunta anticipada que nos deja anclados en la incertidumbre: “¿qué va a pasar después?”, con la verdadera pregunta que hay que sostener en estos tiempos: “¿qué podemos hacer mientras tanto?”. Sostener un “mientras tanto” es una forma de transitar el camino de lo posible de este tiempo y asumir un nuevo “hacer con lo que hay”.

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