“Bienvenido. Permítame colgar su creatividad junto a las demás”
La forma de educar está dando claras muestras de estar quedando obsoleta. La elevada deserción escolar, carreras universitarias incompletas o nunca comenzadas son claros ejemplos de ello. En la otra mano, hay cada vez más personas que se animan a la educación a distancia, a aprender cosas a través de vídeos online, etc. ¿Es que acaso la diferencia está no en las ganas de aprender, sino en lo que se aprende?
No caben dudas de que la educación es necesaria. Fomenta el pensamiento, desarrolla el conocimiento y las sanas costumbres. Es un pilar indispensable para la vida en sociedad. Sin embargo, no debe olvidarse de que la institución educativa como la conocemos hoy tiene su origen en la época industrial en la cual las escuelas eran lugares en los cuales los padres podían dejar a sus hijos para trabajar, al tiempo que a los niños se los educaba para el día de mañana reemplazaran a sus padres. Permitiendo así sostener un sistema político-económico nutrido por nuevos trabajadores que reemplacen a los anteriores, en una masa indistinguible de iguales y reemplazables.
La mayoría de las escuelas aún continúan estructuradas de forma tal que se limitan a transmitir conceptos y teorías ya existentes, sin promover la reflexión. Los niños deben copiar y memorizar, no hay espacio para la creación. La situación se refuerza en la casa, donde los padres exigen a sus hijos que obtengan buenas calificaciones en el colegio.
De esta forma, el niño se va adaptando poco a poco a las exigencias sociales que les son impuestas, abandonando todo atisbo de creatividad, de singularidad.
Frases como “esa no es la respuesta correcta”, “jugar es una pérdida de tiempo” implican que la creatividad no encaja en el esquema general del mundo. Los niños poco a poco se convierten en nuevos “adultos grises”.
Y es que la creatividad no es simplemente la capacidad para enlazar diferentes elementos que den lugar a una idea original y novedosa, la creatividad también es aquello que nos hace diferentes, confiando en los propios criterios para arriesgarse yendo más allá de los límites establecidos. Es aquello que permite entonces ser particulares, únicos.
No se puede juzgar a un pez por su habilidad para trepar a un árbol porque este vivirá toda su vida pensando que es estúpido, diría A. Einstein. Por lo cual, debería protegerse su singularidad, adaptarse a él permitiéndole explotar su creatividad, y no forzarlo a adaptarse a la sociedad relegando la creatividad.
La relación con los niños no debe ser de imposición sino de descubrimiento. No se trata de imponerles lo que deben ser sino de ayudarles a descubrir lo que son y lo que quieren ser. Los padres y los maestros deberían ser orientadores, compañeros de exploración y aventuras, más que figuras encargadas de establecer estándares imposibles.
El siguiente cortometraje animado dirigido por Daniel Martínez Lara, el cual ganó el Premio Goya al Mejor Cortometraje de Animación, nos muestra en imágenes cómo el sistema le arrebata la creatividad a los niños.
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