La angustia es una emoción difusa, poco clara, un estado de intranquilidad o inquietud muy intensa causado especialmente por algo desagradable o por la amenaza de una desgracia o un peligro. Desde una mirada clínica fenomenológica, al decir de Lander (2012) se trata de un “afecto displacentero”, difícil de precisar en palabras, pero cuyos efectos aparecen en el cuerpo y en el Yo. Y desde la mirada de Freud en Esquema del Psicoanálisis (1998), la angustia sigue siendo una “respuesta del Yo ante el displacer” entendido como un aumento de la suma total de excitación (energía). Muchas veces su causa no es consciente. Son numerosas las personas que siguen viviendo con angustia haciendo como si nada pasase. Esto es serio y tiene un costo alto para el aparato psíquico y para el cuerpo, un costo que en el corto o largo plazo se hará notar.
La angustia es una gran señal que nos indica que algo está doliendo y reclama atención. Nuestra atención. Con frecuencia los seres humanos pretendemos que quienes nos rodean se ocupen de nosotros y nos atiendan en eso mismo que nosotros descuidamos. El primer responsable de hacer algo con la angustia es uno mismo.
Lo cierto es que hay un motivo frecuente que deviene en angustia cuando no es escuchado: la incoherencia. Estar en un lugar donde no queremos y no estar en el sitio que deseamos es una altísima fuente de angustia, y esto por un simple motivo: nos divide, nos divorcia internamente de nuestro deseo que queda del otro lado del muro que reza ”DEBER”. Y estar divorciados de nosotros es angustiante y mucho. Cierto es que tomar decisiones como dejar de estar en un trabajo que nos brinda seguridad económica, o dejar de estar en una relación que nos ofrece estabilidad (aunque sea poco vital), o dejar de estar en una posición que adoptamos de pequeños, no es fácil. Pero vivir no se trata de eso. Vivir se trata de escuchar y atender el propio deseo aunque éste vaya en contra de lo que ya hemos construido tal vez en forma automática, sin pensar, casi por inercia, tal vez obedeciendo mandatos inconscientes…
Angustia es estar donde no queremos. Es fácil advertir la angustia que puede acarrear una crisis en la que se están moviendo los cimientos sobre los que está apoyada toda la vida (Cabodevilla, 2007). Elegir quedarnos donde no queremos nos evita, es verdad, la dolorosa, costosa y ardua experiencia de levantar las tropas y marchar hacia nuevos e inciertos horizontes (¿qué nos deparará aquello que deseamos?). Elegir estar donde sí queremos nos evita la angustia de vivir divididos, de vivir una vida que no queremos y que elegimos por cobardía y no por deseo, al tiempo que nos regala la inefable experiencia de estar unificados, parados sobre nuestros propios pies, gestionando la realización de lo que de verdad deseamos.
Tener el coraje, la coherencia y el amor a uno mismo necesarios para estar donde de verdad queremos, es de pocos. La prueba es que lamentablemente la gente angustiada es muchísima y la gente feliz parece ser poco común. Así de simple. Así de comprobable.
En numerosas ocasiones hacer terapia supone estar dispuestos para nosotros mismos: para escucharnos y atendernos aunque eso signifique cambiar de lugar (metafórica y/o literalmente) e ir a un lugar más pleno, menos angustioso, más feliz. Es cuestión de decidir qué tipo de vida queremos vivir.
Bibliografía:
· Cabodevilla, I. (2007). Las pérdidas y sus duelos. Anales del sistema sanitario de Navarra (30, 3, 163-176).
· Freud, S., & Rosenthal, L. (1998). Esquema del psicoanálisis. Debate.
· Lander, R. (2012). Un estudio sobre el sufrimiento psíquico. Psicoanálisis: Revista de la Asociación Psicoanalítica Colombiana, 24(1), 111-118.
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