Hace poco tiempo, una persona que consultaba por tratamiento psicológico me preguntó sin más: “¿es gratis?”.
No pocas veces los psicólogos nos hemos enfrentado a esta pregunta. Existen instituciones u organizaciones que ofrecen este espacio terapéutico de un modo “gratuito”, pero no es hacia estas excepciones a donde quiero dirigirme, ni a la decisión que cada profesional tome respecto del manejo de sus honorarios. Me refiero al ejercicio profesional de la psicología, como tal.
Al tratarse de una “cura por la palabra”, muchas veces se la pudo comparar con “hablar con un amigo” o “confesarse/hablar con el líder de Fe”, siendo éstas situaciones que no se pagan con dinero. Hablar desde un lugar terapéutico y con un profesional calificado, es diferente a “hablar con alguien” simplemente para descargar algún malestar.
“Estás haciendo un bien al otro y eso viene desde el alma”, “No podés ser un comerciante con la salud”, “Escuchar al otro es un acto de amor”, “Escuchar es fácil”, son algunos de los argumentos a los que presté oído en algunas ocasiones, no sin cierta sorpresa. Y muchas veces, este tipo de preconceptos generó resistencias al tratamiento psicológico, y también amenazó con menospreciar nuestra ciencia. Entonces, ¿por qué nuestra labor no es gratis?
No es gratis porque requiere de energía y tiempo de parte del terapeuta. No es gratis porque implica muchas inversiones para que el terapeuta siga formándose y pueda ofrecer un servicio serio y de calidad. No es gratis porque asumimos una responsabilidad civil. Pero principalmente, no es gratis porque es UN TRABAJO.
Los psicólogos seguimos formando parte del engranaje social al que atendemos y necesitamos seguir viviendo como cualquier otro trabajador.
El dinero tiene muchos significados en esta profesión, pero, sin ir más profundo, pagar es un acto de intercambio: “doy, por algo que recibo”. Y eso que se recibe tiene que tener un valor. Valor que se pacta entre las partes y que trasciende el puro honorario profesional, ya que el dinero es uno más de los elementos que se pacta en ese encuentro terapéutico. El día, el horario, el lugar, el dinero, la forma de trabajar, enmarcan ese contrato profesional, sin el cual sería caótico trabajar.
Entonces, en lugar de preguntarse si este servicio de salud tiene o no un costo económico, la pregunta podría ser: “¿qué precios estoy dispuesto a pagar por aliviar mi padecimiento psíquico?”.
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