Allá por el 1930 Freud se preguntaba, en su texto El Malestar en la Cultura: “¿qué fines y propósitos de vida expresan los hombres en su propia conducta; qué esperan de la vida, qué pretenden alcanzar en ella? Es difícil equivocar la respuesta: aspiran a la felicidad, quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de serlo. Esta aspiración tiene dos fases: un fin positivo y otro negativo; por un lado evitar el dolor y displacer; por el otro, experimentar intensas sensaciones placenteras".
Los años han pasado, pero lo planteado oportunamente por el Padre del Psicoanálisis parecería seguir vigente en nuestros días. ¿Acaso no podríamos pensar en los diversos dispositivos tecnológicos actuales como formas en que los jóvenes, y no tan jóvenes, evitan conectarse con sentimientos como miedos, incertidumbres y angustias? ¿Intentan prolongar así los momentos de placer? Parecería ser más sencillo conectarse a computadoras, celulares y/o a cascos de realidad virtual, que hacerse un tiempo para escuchar aquellas verdades más profundas.
Las publicidades, y muchas veces también las propagandas políticas, nos invitan a creer que la felicidad plena y eterna existe, y que es posible alcanzar el bienestar sin malestar alguno. No obstante, ya Freud, por aquel entonces, ubicó tres fuentes de sufrimiento que interfieren en nuestra felicidad: “la supremacía de la Naturaleza, la caducidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de nuestros métodos para regular las relaciones humanas en la familia, el Estado y la sociedad”. Tarde o temprano, por vivir inmersos en la cultura, tropezaremos con alguna de ellas.
Considero que, los tiempos actuales, nos convocan a pensar, fundamentalmente, en la tercera fuente de sufrimiento: los vínculos sociales y la regulación de los mismos. Dijo Freud: “...no atinamos a comprender por qué las instituciones que nosotros hemos creado no habrían de representar más bien protección y bienestar para todos”. Podríamos pensar, ¿qué normas harían falta en nuestra sociedad, para aliviar el sufrimiento de muchos?
Si bien la tecnología, en sus distintas vertientes, no cesa de invitarnos al disfrute y al placer, no podemos dejar de subrayar que sí hay sujetos que le ponen la voz, y también el cuerpo, a problemáticas y verdades de nuestra cultura. Verdades que, por mucho tiempo, han estado silenciadas. Muestra de ello es el 8M, un movimiento mundial de mujeres que pone sobre el tapete la violencia machista, las humillaciones y exclusiones sufridas por muchas.
Otro ejemplo, la lucha de tantas mujeres por la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, tema que más de uno hubiese preferido que siguiera reprimido. Hoy, pañuelos verdes pueblan nuestras calles, como representantes de una de las fuentes de sufrimiento actuales de nuestra sociedad. ¿Podemos hablar entonces de una sociedad desconectada o de sujetos más conectados?
Malestares que tienen como origen y destinatario a nuestra propia sociedad, es algo que seguirá ocurriendo. La pregunta es: ¿qué posición tomamos frente a ello?, ¿a qué elegimos conectarnos?. Desde el psicoanálisis apostamos a poner en palabras aquello que nos genera sufrimiento y a conectarnos con nuestros deseos, y así ser un poco más libres, como sujetos y como sociedad.
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